HÉCTOR GAMBINI
El 10 argentino muestra otra cara en la Copa América, para ir por lo que más quiere.
La gente cambia. La edad nos cambia. Messi cambió. A su larga historia en la Selección -con récords como goleador histórico y jugador con más presencias- le faltan dos ítems clave: ser un capitán de verdad (no sólo el muchachito que lleva la cinta en el brazo) y guiar al equipo hacia un título que él nunca consiguió. Ahora esa transformación puede llevar a ese logro.
Además de estar jugando una magnífica Copa América, Messi ejerce el mando de su capitanía en una dimensión de intensidad y persistencia que no se le había conocido.
Por eso, cuando Colombia empata la semifinal y vuelven los fantasmas malditos, Messi ya no deambula perdido en los rincones, mirando el piso con los brazos en jarra, como otras veces. Ahora pide la pelota y encara de nuevo.
Un rato después, cuando Lautaro Martínez se pierde un gol increíble, Messi se acerca al delantero y lo arenga mientras aplaude: “¡Vamos, vaaaamooos!”. No es indiferente.
Ya no es el capitán que se encierra en su camarote a esperar el choque contra el iceberg sino otro que se concentra en sortear el obstáculo que se cruce. Y lo transmite. “Estamos más ilusionados que nunca”, dirá al final.
“¡Vamos a tenerlaaaaaa!”, grita cuando Colombia crece. Y le discute al árbitro hasta los laterales. Lo que se ve no es el cómodo multicampeón de Cataluña en la Champions, siguiendo la rutina del juego, sino un chico con hambre de gloria en un potrero rosarino.
En la definición fatal, mete su penal con autoridad. Pero en vez de volver a la mitad de la cancha lo festeja con su arquero y le grita como lo haría un futbolero amateur en una canchita de Fútbol 5: ¡Vaaaamos la c… de la lora!
El arquero -un sorprendente licuado de Fillol, Goycochea y Chilavert al que llaman Dibu-, recibe la arenga y enfrenta a cada colombiano como si fuera, él solo, los All Blacks cantando el Haka.
Les transmite una amenaza cavernícola, ancestral, caníbal: “Mirá que te como, hermano”. Y ataja el penal. Se lo come. Lo hará dos veces más. Es una frase para la inmortalidad de las remeras.
Creer o reventar: nunca Messi había sido tan capitán; nunca un arquero argentino había atajado tres penales en un partido. Dato y superstición futbolera: sucedió el mismo día.
Messi grita el penal de Paredes como se grita un sueño. Y rompe filas en la mitad de la cancha para consolar a De Paul, que erró el suyo. Un capitán verdadero es un líder que está para todos.
A los 34 años y después de seis copas América y cuatro mundiales sin títulos, Messi parece disfrutar más del juego colectivo que de sus inimitables arranques individuales.
Ahora juega mejor en la Selección porque ya no concentra el juego. Es un satélite decisivo, pero no central, como en sus mejores años en el Barsa. Y si el toque es impreciso, ahora luce por actitud.
Esa es su nueva cara con esta camiseta.
El equipo juega para él porque lo deja libre y le quita obligaciones de inspirador perpetuo. Y quizá por eso mismo vuelva a serlo, aunque llegue cansado a la final cautivante del sábado. Un capitán puede perder piernas, pero nunca el corazón.
Cuando Fabra, el lateral de Boca y de Colombia, le entra duro al tobillo, él se lo toca, se levanta y sigue adelante. La imagen muestra sangre bajo la media blanca.
Messi es otro en su mirada, en los puños, en los gritos de guerra, en los de aliento y en los de descarga: “¡Bailá, ahora!” le grita desembozadamente a Yerry Mina, un gigante de 1,93 a quien Dibu acaba de engullirse en otro penal.
¿Es Messi el que está cargando a un rival como se carga a alguien en la canchita de la esquina? ¿De verdad? ¿Cuál Messi? Uno nuevo. Uno que, al fin, se creyó su rol definitivo.
Su amigo multilaureado y compañero de cuarto, el Kun Agüero, sigue sentado en el banco cuando llegan los penales, pero Messi está concentrado en el GPS de la gloria. Los tiempos del club de amigos son de una vida anterior. Y entonces va y abraza al arquero Dibu como Maradona a Goycochea en Italia 90, replicando un poster de la épica que los hinchas no olvidan.
Ahora espera el destino de la carga genética: Brasil en el Maracaná es el partido que cada argentino quiere ganar desde una edad en la que todavía ni sabe si le va a gustar el fútbol.
Quizá esa C del brazalete pueda significar, el sábado, la palabra que los cabuleros evitan nombrar antes de tiempo. La que, como Capitán, también empieza con C y termina con N. Pero rima con león.
HÉCTOR GAMBINI / OPINIÓN / CLARÍN
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